jueves, 25 de diciembre de 2025

Fight - War of Words: Rob Halford convertido en un Immortal Sin...


Hay que reconocer que en 1993 el tío Rob Halford se lo puso muy complicado a sus (de aquella) ex-compañeros de Judas Priest. Parecía que el Metal God era el que mejor había leído de por dónde tirar con su música fuera de su banda madre de toda la vida. War of Words de sus Fight, fue un soplo de ingenio y toda una reinvención de su figura, que revitalizó su carrera y, por lo menos, durante un par de años, demostró que el Dios del Metal era capaz de volar solo y competir en los 90. Para recordar su escapada en solitario y su debut como side-proyect, aquí va: Fight - War of Words: Rob Halford convertido en un Immortal Sin...


1. Into the Pit (04:13)
2. Nailed to the Gun (03:38)
3. Life in Black (04:34)
4. Immortal Sin (04:39)
5. War of Words (04:29)
6. Laid to Rest (04:40)
7. For All Eternity (04:42)
8. Little Crazy (03:49)
9. Contortion (04:35)
10. Kill It (03:30)
11. Vicious (03:11)
12. Reality, a New Beginning (13:18)

Produced by: Rob Halford, co-producer: Attie Bauw
Epic, 1993

El mundo del metal se echó a temblar cuando, a principios de 1993, el calvorota e ídolo de millones de metaleros anunció que se marchaba de los Judas Priest. Mientras muchos lloraban su marcha, pensando que fuera de los creadores de British Steel no se iba a comer una rosca, el tío Halford se guardaba un as bajo la manga (quién sabe si ahí estaba la continuación de Painkiller) para callar bocas y demostrar que su jugada (por lo menos, de momento) había sido un éxito.

¿Por qué se largó de Judas Priest?

Bueno, ya sabéis, aquí cada uno barre para casa y cuenta su visión de la historia. La versión más extendida, digamos oficial, es que la banda, después de la agotadora (estaban muy cansados) gira Painkiller decidió tomarse un descanso. Parece ser que Halford quería aprovechar para hacer algo en solitario, pero estaba atado a un contrato donde no se le permitía hacer nada fuera de Judas sin que este causara baja definitiva en el seno del grupo, por lo que, parece ser, que no hubo buena comunicación entre ellos, y este se lo tomó como que lo querían echar (y los otros que no quería seguir) fuera del grupo. Algo había de que Rob quería experimentar con la banda, jugar un poco con el groove de moda, pero el resto de miembros, tanto Tipton, K.K. Downing como Ian Hill no estaban dispuestos a dejarse seducir por las tendencias de la época y, junto con su ansias por contar su verdadera orientación sexual (parece que no se atrevía estando dentro de Judas Priest), todas ellas condujeron a que Halford apretara el botón rojo...

Años después, para quitarle hierro al asunto, el propio Halford diría que todo fue debido a un malentendido entre todos ellos y también por el desgaste de las giras y el juicio de Reno, que provocó un agotamiento físico y mental, unido a un desgaste personal entre toda la banda que le hacían imposible seguir al frente de los sacerdotes...


Si queréis saber mi versión y, sin contradecir todo lo que han dicho (algo de verdad había), a mí me da que igual que hiciera Bruce Dickinson en Iron Maiden, Halford sabía que con Judas Priest había tocado techo e, igual que como pasaba con Bruce y Steve Harris en La Doncella, aquí nadie estaba dispuesto a experimentar un milímetro con la banda. Todos ellos vivían un momento dulce en sus carreras. Painkiller había sido un éxito, y Fear of the Dark había devuelto a Iron Maiden a los primeros puestos. Con los bolsillos llenos de monedas, ¿qué tenían que perder? era el momento justo de abandonar el transatlántico y montarse en sus propios yates de lujo...

Ser una mente inteligente no es solo tomar buenas decisiones, es también predecir el futuro, y Halford (entiendo) se olió que el heavy clásico estaba mutando y que la época de vacas gordas se estaba acabando, por lo que, muy listo él, y muy confiado en sus posibilidades, después de haberlo conseguido todo como cantante de heavy metal, se lanzó igual que Dickinson a la tierra prometida, en busca del nuevo maná, sin contar que la escapada no iba a llegar muy lejos. Si os fijáis, a ambos, por lo menos, al principio, la jugada les salió redonda. Tenían el suficiente prestigio ganado de poder hacer lo que quisieran, por lo menos hasta que los fans se lo permitieran y el dinero les durara...

A pesar de lo ominosa que fue la década de los 90 para el heavy clásico, también fue una oportunidad de reinventarse y explorar otros caminos. Eso fue lo que hicieron tanto Halford como Dickinson, cansados de esperar el fin, metidos dentro de su endiosamiento, llenos de vanidad, se lanzaron al nuevo abanico de posibilidades que se abría. La informática se había desarrollado y la cantidad de aparatos y artilugios electrónicos que surgían brindaban la posibilidad de hacer música de otra forma.

Robert John Arthur "Rob" Halford se pira sin contemplaciones y sin pensárselo mucho, tan solo dos años después del glorioso Painkiller, sacude a toda la escena con War of Words, que fue un mazazo por aplastamiento a todos los seguidores. Lo normal era haber esperado una continuación más o menos parecida de Painkiller, pero de ese pozo no iban a beber más agua que de la que habían sacado, así que el Metal God, se nos presenta como si fuera Edward Norton en la peli American History X, un malote tatuado, jefe pandillero, macarra salido de algún suburbio del Bronx.

Letras corrosivas, política, crítica social y un sonido atronador. Scott Travis lo acompaña, y lo arropa con su bestial doble bombo y ahí está la primera del disco "Into the Pit". Un tomahawk de poder y potencia, entre el thrash y el groove, entre Pantera y Testament, entre lo moderno y lo clásico. Prueba palpable de que se podía venir de los 80 y seguir siendo un martillo pilón en los 90.

El acierto del disco está en un enfoque ajustadísimo de potencia controlada y una producción moderna, pero sin perder el foco en lo clásico. Después harían algo así los Judas Priest (seguro que inspirados por este disco) pero sin la magia ni la frescura que tiene este álbum, que descolocó y mucho a los fans que quedaron en estado de shock. Querían criticar el disco pero al mismo tiempo no podían sacarlo del reproductor. Y es que el álbum cuando parecía que entraba en la monotonía ahí estaban la pareja de guitarras, acertadísimos y estado de gracia, Rush Parrish (ahora con los glam metal Steel Panther) y Brian Tilse, descargando unos duelos de solos explosivos igual de clásicos que en los 80, pero metidos dentro de un juego moderno.

Ver a Rob Halford con botas militares y pantalones cortos como si fuera un recluso de permiso salido del talego, fumándose un puro, haciendo guturales y doblando las voces en los coros como si se tratara un grupo de death metal, era algo super surrealista. El creador de Screaming for Vengeance ya no era el Electric Eye, ese ente espía y protector, ahora era un ser destructor, montado en un bulldozer antisistema y apocalíptico. Un cóctel musical y estético revolucionario pero que funcionaba...

No había duda, el tío Rob nos (les) había birlado la cartera a nosotros y a los Judas. Había conseguido reinventarse y burlarse de su sombra... ¿Cómo lo había conseguido?, ni puta idea. Pero la banda carburaba, los temas atronaban y pateaban el culo como el puto infierno. "Life in Black", puede ser uno de los momentos geniales del disco. Un corte a caballo entre el medio tiempo y la balada. A lomos del misticismo de Black Sabbath y el metal de Los Sacerdotes (¿os acordáis de " A Touch of Evil"?). 

Igual es ahora el momento de mencionar a quién estuvo de ingeniero detrás de los controles, ya que la producción fue del propio Halford, pero todo lo demás, ingeniería, mezcla y masterizado para un acertadísimo Attie Bauw, que el fulano lo bordó. Trabajo de sonido espectacular.  No hay nada que decir aquí, solo que se ganó el sueldo muy merecidamente.

Llegados a la cuarta del álbum, el himno, "Immortal Sin", poseedor de uno de los mejores estribillos de su carrera, yo, ya no pude aguantar más y abrí el cajón de las emergencias donde guardaba algunas perrillas (que no jeringuillas, ojo). Busqué como un yonqui juntar unas dos mil pesetas y me fui directo a comprar el disco. Me quedé sin ahorros para ese finde pero me dio igual, el tío Rob me había enganchado por los huevos y, durante una buena temporada, este War of Words sonó a gran volumen en vivo y en directo, con el space sound pulsado de mi modesta minicadena, al aire libre y completamente puesto.

Los Fight con Halford al frente, 93

A todos los que no os mole el disco, sí os reconozco que el álbum por el medio tiene algunas composiciones menos memorables, como la propia homónima del elepé o, alguna más por el final. Pero tanto la de "Laid to Rest" como la balada, ahora sí, "For All Eternety", como los trallazos de "Contortion" y "Kill it" (todas juntas hacen 8 buenos temas de 12), suben las revoluciones y provocan un estado de euforia que pocas veces en sentido escuchando un disco. Que igual sobran unas dos o tres canciones, puede ser, así y todo, War of Words me parece una salida inteligentísima para el atolladero donde se había metido el heavy metal. Demostración empírica de que sí había vida para el heavy metal clásico, lo que había que hacer era echarle imaginación, atrevimiento y algo de talento, como así hizo el tío Halford.

Lo más incomprensible de todo es que tras esta descarga de adrenalina llamada War of Words, vino un aburridísimo y monótono segundo disco, A Small Deadly Space, donde ya no estaba el buen hacha Rush Parrish y, donde toda la magia, inspiración y frescura habían desaparecido, echando por tierra todo lo bueno que había mostrado antes. Resulta difícil comprender cómo de un muy buen disco inicial saltara a otro totalmente convencional e irrelevante. Si esto fuera poco, a partir de aquí empezó a deambular y a errar cada tiro que disparaba. Trató de tomarse la revancha juntándose con malas compañías (musicales, digo) montando una historia en plan industrial metálica a lo Rammstein llamada Two (donde solo se salvaba un buen tema), que empezaba todo a ser una seria preocupación la deriva musical que estaba tomando este "Little Crazy", que parecía haber perdido completamente los calzoncillos, perdón, quería decir el norte y su lugar en la música. También, para echarle más tomate al asunto, anuncia en público su homosexualidad (algo que todo el mundo sabía en privado) y ahora sí parecía que al Metal God le empezaba a sobrar la etiqueta de metal...

Un caso extraño el del tío Rob. Al final, si os fijáis, tanto él como Bruce Dickinson siguieron unas trayectorias parecidas, empezaron muy bien, la cagaron por el medio y, al final, resucitaron como Jesucristo, lo demás ya es historia. Algunos lo prefieren así, que se pegara la hostia con sus movidas para poder volver como salvador a Judas Priest, y otros, les quedará siempre la decepción de poder haber disfrutado de una carrera en solitario de una de las figuras más icónicas del heavy si este la hubiera sabido llevar un poco mejor. En fin, hoy quedaros con esta "Guerra de las Palabras", y, pincharlo a máximo volumen, igual, tal vez, después de 32 años lo veis de otra manera. Sino, no pasa nada, os digo hasta la próxima, amigos.

8/10

PD: Ante la imposibilidad de poneros el disco completo, os dejo con el videoclip de una de las más molonas del álbum, "Immortal Sin". Vosotros sí que sois unos auténticos Immortal Sins!!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Fight - War of Words: Rob Halford convertido en un Immortal Sin...

Hay que reconocer que en 1993 el tío Rob Halford se lo puso muy complicado a sus (de aquella) ex-compañeros de Judas Priest . Parecía que el...

}